JOSÉ SANTIAGO 

(Actor)
Elenco de La casa de la luz

JOSÉ SANTIAGO es WALDO FRANK










El teatro llegó a mi vida como un rumor que se convierte en llamado. En 1999, al adentrarme por primera vez en un curso de voz con Lidia García en la escuela de Juan Carlos Corazza, entendí que el oficio del actor no comienza en la palabra, sino en la respiración. 

Allí descubrí que la voz no solo se proyecta: también revela, sostiene, acaricia, hiere, transforma. Desde ese instante supe que ese era mi camino, un camino en el que sigo, todavía hoy, afinando la escucha.

Continué formándome con la misma hambre de verdad que me mueve sobre el escenario. Me entregué al cine y a la cámara con Roberto Santiago en su taller audiovisual (2002–2003), y después exploré la interpretación televisiva con Tito Rojas y Miguel Ferrari, aprendiendo a contener lo que a veces en teatro necesitamos dejar escapar. También tuve la fortuna de estudiar con Emilio Gutiérrez Caba, cuya visión del teatro —clásica, limpia, rigurosa— me dio herramientas para navegar personajes que parecen más grandes que uno mismo.

En 2004 sentí la necesidad de profundizar en lenguajes más arcaicos y esenciales: estudié Commedia dell’Arte con Fernando Cayo, descubriendo en la máscara un espejo que exagera para revelar, y al mismo tiempo me sumergí en el método de Stanislavski y Vajtángov con Arkadi Levin, un entrenamiento que me obligó a mirar hacia dentro hasta encontrar la verdad en lo cotidiano, incluso en lo aparentemente insignificante.

Cada maestro dejó una cicatriz luminosa en mi manera de habitar un personaje.

Teatro: mi territorio natural

He recorrido el teatro como se recorre una ciudad propia: con memoria y sorpresa.
Desde 1995 hasta 2004 viví intensamente el ámbito del
Café-Teatro con la compañía Singulino Mascular, una experiencia que me enseñó a reaccionar con la rapidez del presente, a escuchar la respiración del público a pocos centímetros y a sostener la comedia desde la verdad.

A partir de ahí comenzaron a llegar proyectos que me exigieron crecer. En 1999 formé parte de “Flor de cactus” con Epidauro, y poco después inicié una larga colaboración con la compañía de Carlos Lemos, con quienes interpreté “Las aventuras de Rocinante” (2005), “El amor del gato y del perro” (2006) y “Saineteando” (2009).
La comicidad precisa y el ritmo de estas obras fueron una escuela en sí mismos.

En 2004 escribí y actué “Háblame que no te escucho”, un proyecto íntimo con la compañía Ditirambo que me permitió explorar el territorio donde se mezclan la fragilidad y la creación propia. Con Imagen 53 interpreté “Leonor de cortinas” (2005), una obra que me abrió a nuevos registros y exigencias físicas.

En 2007 llegaron dos piezas que dejaron huella en mi carrera:

  • “Agujeros negros”, de Mariano Rochman,

  • y “Eloísa está debajo de un almendro” con la compañía Karpas,
      dos universos completamente distintos que me obligaron a moverme entre lo contemporáneo y lo clásico con la misma intensidad.

En 2008 me sumergí en el mito con “Don Juan Tenorio” (Gesteatral, dir. Ángel G. Suárez), una experiencia que me enfrentó a la tradición desde la modernidad de la mirada del director.

Y uno de los trabajos más significativos de mi trayectoria fue “Martes”, la versión teatral de Tuesday with Morrie escrita y dirigida por Sepu Sepúlveda. Fue una obra que no solo interpreté, sino que viví: una meditación escénica sobre el tiempo, el vínculo, la pérdida y el aprendizaje; un viaje que transformó mi forma de estar en el escenario y fuera de él.

Cine: la mirada que escucha

Mi trabajo en cine me enseñó otra forma de sutilidad, un modo distinto de decir sin decir.

He participado en largometrajes como:

  • “Santas Pascuas” (Óscar Parra, 2010)

  • “Cambio de sentido” (Kuya Manzano, 2009)

Y en cortometrajes como:

  • “El test de la cigüeña” (Alicia Flórez, 2009)

  • “Wunder” (Rubén Arnáiz, 2009)

  • “El cielo de lo nuestro” (Miguel G. Palomo, 2004)

  • “El voto del odio” (Javier Azuaga, 2003)

Trabajar frente a la cámara me enseñó que hay emociones que se dicen con un parpadeo, con un temblor apenas perceptible. El cine escucha lo que el cuerpo calla.

Televisión: el ritmo del instante

Mi recorrido televisivo comenzó en 1996, con “La casa de los líos” junto a Arturo Fernández y “Médico de familia”. Desde entonces he transitado muchos tonos y formatos: la comedia, la ficción, la telenovela, el drama y la cámara oculta.

He formado parte de:

  • “La que se avecina” (2014)

  • “Cazadores de hombres” (A3, 2008)

  • “El porvenir es largo” (TVE1, 2008)

  • “Elegidos” (La Sexta, 2006)

  • “Gala Inocente Inocente” (TVE1, 2005)

  • “Ankawa” (TVE1, 2005)

  • “Ojo que nos ven” (Telemadrid, 2002–2003)

  • “Calle nueva” (TVE, 2000)

  • “Hospital Central” (Tele 5, 2000)

Cada proyecto televisivo me obligó a adaptarme al vértigo del tiempo real, a la inmediatez y a la precisión.

La casa de la luz: un regreso al origen

Hoy llego a La casa de la luz con una mochila llena de voces, gestos, maestros, personajes, viajes y silencios.
Interpretar a Waldo Frank es un ejercicio de delicadeza: un hombre que mira, que acompaña, que sostiene lo que parece quebrarse y lo convierte en claridad.

El universo creado por Sepu Sepúlveda contiene la esencia de lo que entiendo por teatro: un espacio donde lo humano se revela sin artificio, donde la palabra ilumina y la presencia transforma.
A través de Waldo Frank, vuelvo al origen —a ese lugar donde comencé
— y recuerdo por qué elegí este oficio:
porque el teatro, cuando es verdadero, enciende algo que permanece incluso cuando se apagan las luces.

Y esa luz, la que nace en escena y se comparte con el público, es lo que deseo ofrecer cada noche. Porque el teatro, cuando sucede de verdad, enciende algo en nosotros que no tiene nombre.

Y ese algo —esa luz— es lo que deseo compartir con el público.